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Mostrando las entradas de abril, 2017

¡Zaz!

Sesenta segundos, solo un minuto le bastó para enamorarme. Ni siquiera la palabra fue la delincuente, sino su mirada, de ojos negros. Y pude darme cuenta, al verla, que ya estaba perdida. Que ya no había vuelta atrás. Tantas personas que a veces miramos sin que logren el mínimo efecto en nosotras. Y ella, con una sola mirada ¡zaz! Se llevó mis dudas y pensamientos, me dejó vacía y llena al mismo tiempo. Entonces me acerque a esa esquina donde estaba apoyada. La mire y le dije ¿Donde estuviste toda mi vida? Ella se rió, prendió un cigarrillo que tenía guardado en su bolsillo derecho. Y con seguridad me dijo, esperándote.

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Siempre en mis vagos cálculos, termino cayendo en la cuenta de que te amo ( tanto) y me cuesta salir de vos. Salir de tu risa, y angustia. De tu forma de mirar. Porque a veces siento que somos solo una. Y que nadie nos puede entender. Todos lo ven de forma objetiva, y yo te veo tan tuya, tan mía. Y las personas pasan, ocupadas, mirando el piso, preocupados. Y vos a veces, cuando te miro, sos igual. Estás también preocupada mirando al piso, pensando en cosas tan superficiales. Pero cuando te comenzas a adentrar en vos, cuando llegas a la angustia irremediable que no te deja dormir. Pones esa mirada, y puedo verte por dentro. Como si fueras una casa que abre finalmente sus ventanas. Y empiezo a pispear entre las persianas y veo todo tan roto adentro. Pero abris tu puerta y me dejas entrar, e intento arreglarte. Unir tus partes. Pero en un instante se me desarman entre los dedos, porque no son mías. Y me decís, que ya hice lo que nadie nunca hizo , entrar.