¡Zaz!

Sesenta segundos, solo un minuto le bastó para enamorarme. Ni siquiera la palabra fue la delincuente, sino su mirada, de ojos negros. Y pude darme cuenta, al verla, que ya estaba perdida. Que ya no había vuelta atrás. Tantas personas que a veces miramos sin que logren el mínimo efecto en nosotras. Y ella, con una sola mirada ¡zaz! Se llevó mis dudas y pensamientos, me dejó vacía y llena al mismo tiempo. Entonces me acerque a esa esquina donde estaba apoyada. La mire y le dije ¿Donde estuviste toda mi vida? Ella se rió, prendió un cigarrillo que tenía guardado en su bolsillo derecho. Y con seguridad me dijo, esperándote.

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